La repoblación forestal en zonas áridas, semiáridas y secas subhúmedas supone un instrumento básico de lucha contra la desertificación. Con ella se consigue la protección del suelo y la conservación del agua en estas zonas, que superficialmente ocupan unos dos tercios de nuestro país y muchos millones de hectáreas en todo el mundo.
Para que la repoblación tenga éxito, se requiere una preparación previa del terreno, que garantice la satisfacción de las necesidades hídricas de las plantas instaladas en sus primeros años de desarrollo, que suelen ser los más críticos. La preparación pretende mejorar las condiciones del suelo para favorecer la instalación de los pequeños árboles recién implantados. Es decir, es un medio transitorio y necesario para lograr que se establezca una comunidad vegetal ecológicamente estable.
Es preciso dimensionar bien la repoblación en cuanto a tres aspectos fundamentales: el tamaño o volumen del microembalse de agua en el cual se sitúa la planta, la relación entre el área de impluvio y el área de recepción (es decir, el cociente óptimo entre una superficie productora de escorrentía que alimenta a otra receptora de agua) y la densidad de plantación. Estos tres datos cruciales, aunque conocidos, nunca han sido objeto de un estudio exhaustivo en el ámbito de las repoblaciones forestales, sino que más bien se han venido fijando en base a la experiencia del ingeniero o a ciertas recetas bibliográficas dudosamente extrapolables fuera de las condiciones ecológicas donde surgieron.
España tiene una gran tradición y experiencia en la revegetación de laderas degradadas, y ha empleado numerosos tratamientos de preparación del suelo (Navarro, 1977; García Salmerón, 1991, 1995; Serrada, 1993; Pemán & Navarro, 1998). Con la creación, hace más de cien años, de las Divisiones Hidrológico-Forestales se inició la época de las grandes repoblaciones forestales en nuestro país. Su trabajo, aunque no extenso en cuanto a superficie, puede calificarse de ejemplar sobre todo en lo que a la protección contra la erosión se refiere. Sirvan como ejemplos, dentro de ámbitos de aridez, las labores realizadas en las cuencas del Guadalmedina y Guadalhorce (en Málaga) o Andárax (en Almería).
En muchas restauraciones hidrológico-forestales se han empleado técnicas de cosechas de agua. Este término, introducido en inglés –water harvesting- por Geddes (1963), ha sido desde entonces ampliamente utilizado (Boers & Ben-Asher, 1982; Critchley & Siegert, 1991; entre otros) y adaptado a la lengua hispana por Villanueva et al. (1987), Giráldez et al. (1988), De Simón (1990), Martínez de Azagra (1995b), García Latorre (1998), etc. La mencionada técnica consiste en recoger la escorrentía superficial y concentrarla en determinadas zonas, modificando el microrrelieve de una ladera, con la finalidad de conseguir un aporte de agua suficiente para la supervivencia y el correcto desarrollo de las plantas. Con la modificación de la topografía de la vertiente, mediante la creación de alcorques o microembalses bien dimensionados, se consigue incrementar la infiltración, frenando la escorrentía y reduciendo la erosión hídrica.
A pesar de tratarse de un método tradicional con amplias posibilidades actuales, como se ha dicho, hasta hace pocos años no existía ningún modelo hidrológico que resolviera de manera satisfactoria el dimensionado de las estructuras captadoras de escorrentía para su utilización en repoblaciones forestales, sino que se navegaba en el más absoluto empirismo. Es en 1995 cuando aparece, dentro del marco del proyecto LUCDEME (Lucha contra la Desertificación en el Mediterráneo), el modelo MODIPÉ (Martínez de Azagra, 1995b, 1996), que palia en gran medida la carencia señalada. El uso de este modelo se ha ido extendiendo de manera paulatina, tanto en el ámbito universitario (Pemán & Navarro, 1998) como en el ámbito de la gestión forestal, pero aún es bastante desconocido por ingenieros y gestores de montes, pese a su innegable interés. Al mismo tiempo, después de varios años de existencia, se ha constatado la necesidad de incorporar MODIPÉ a un programa más amplio de diseño de repoblaciones forestales, que no se quede en el dimensionado del microembalse –y no sólo utilizando para este fin el criterio de economía del agua-, sino que trate también otras cuestiones importantes como por ejemplo la densidad de plantación. En este sentido, se ha desarrollado una metodología de diseño de restauraciones forestales en zonas áridas y semiáridas, basada en la recolección de agua (Mongil, 2004; Mongil & Martínez de Azagra, 2006), cuyos objetivos son los siguientes:
1) Establecer unos criterios para fijar el dimensionado del microembalse en repoblación forestal de zonas áridas, desarrollando metodologías, según cada uno de los criterios anteriores, que una vez integradas lleven a la determinación del tamaño adecuado del alcorque. Con ello se pretende llegar a una solución óptima, que permita la supervivencia y desarrollo de la repoblación, alterando lo mínimo posible el microrrelieve de la ladera original.
2) Elaborar una metodología para determinar la adecuada proporción entre el área de impluvio y el área de recepción. Es decir, fijar la superficie productora de escorrentía, que provea de agua a la superficie colectora en la que se construye el microembalse y se instala la planta.
3) Plantear las ecuaciones que permitan, a partir de los datos anteriores, calcular la densidad de plantación, que vendrá determinada en gran medida por la relación entre el área de impluvio y el área de recepción.
Para que la repoblación tenga éxito, se requiere una preparación previa del terreno, que garantice la satisfacción de las necesidades hídricas de las plantas instaladas en sus primeros años de desarrollo, que suelen ser los más críticos. La preparación pretende mejorar las condiciones del suelo para favorecer la instalación de los pequeños árboles recién implantados. Es decir, es un medio transitorio y necesario para lograr que se establezca una comunidad vegetal ecológicamente estable.
Es preciso dimensionar bien la repoblación en cuanto a tres aspectos fundamentales: el tamaño o volumen del microembalse de agua en el cual se sitúa la planta, la relación entre el área de impluvio y el área de recepción (es decir, el cociente óptimo entre una superficie productora de escorrentía que alimenta a otra receptora de agua) y la densidad de plantación. Estos tres datos cruciales, aunque conocidos, nunca han sido objeto de un estudio exhaustivo en el ámbito de las repoblaciones forestales, sino que más bien se han venido fijando en base a la experiencia del ingeniero o a ciertas recetas bibliográficas dudosamente extrapolables fuera de las condiciones ecológicas donde surgieron.
España tiene una gran tradición y experiencia en la revegetación de laderas degradadas, y ha empleado numerosos tratamientos de preparación del suelo (Navarro, 1977; García Salmerón, 1991, 1995; Serrada, 1993; Pemán & Navarro, 1998). Con la creación, hace más de cien años, de las Divisiones Hidrológico-Forestales se inició la época de las grandes repoblaciones forestales en nuestro país. Su trabajo, aunque no extenso en cuanto a superficie, puede calificarse de ejemplar sobre todo en lo que a la protección contra la erosión se refiere. Sirvan como ejemplos, dentro de ámbitos de aridez, las labores realizadas en las cuencas del Guadalmedina y Guadalhorce (en Málaga) o Andárax (en Almería).
En muchas restauraciones hidrológico-forestales se han empleado técnicas de cosechas de agua. Este término, introducido en inglés –water harvesting- por Geddes (1963), ha sido desde entonces ampliamente utilizado (Boers & Ben-Asher, 1982; Critchley & Siegert, 1991; entre otros) y adaptado a la lengua hispana por Villanueva et al. (1987), Giráldez et al. (1988), De Simón (1990), Martínez de Azagra (1995b), García Latorre (1998), etc. La mencionada técnica consiste en recoger la escorrentía superficial y concentrarla en determinadas zonas, modificando el microrrelieve de una ladera, con la finalidad de conseguir un aporte de agua suficiente para la supervivencia y el correcto desarrollo de las plantas. Con la modificación de la topografía de la vertiente, mediante la creación de alcorques o microembalses bien dimensionados, se consigue incrementar la infiltración, frenando la escorrentía y reduciendo la erosión hídrica.
A pesar de tratarse de un método tradicional con amplias posibilidades actuales, como se ha dicho, hasta hace pocos años no existía ningún modelo hidrológico que resolviera de manera satisfactoria el dimensionado de las estructuras captadoras de escorrentía para su utilización en repoblaciones forestales, sino que se navegaba en el más absoluto empirismo. Es en 1995 cuando aparece, dentro del marco del proyecto LUCDEME (Lucha contra la Desertificación en el Mediterráneo), el modelo MODIPÉ (Martínez de Azagra, 1995b, 1996), que palia en gran medida la carencia señalada. El uso de este modelo se ha ido extendiendo de manera paulatina, tanto en el ámbito universitario (Pemán & Navarro, 1998) como en el ámbito de la gestión forestal, pero aún es bastante desconocido por ingenieros y gestores de montes, pese a su innegable interés. Al mismo tiempo, después de varios años de existencia, se ha constatado la necesidad de incorporar MODIPÉ a un programa más amplio de diseño de repoblaciones forestales, que no se quede en el dimensionado del microembalse –y no sólo utilizando para este fin el criterio de economía del agua-, sino que trate también otras cuestiones importantes como por ejemplo la densidad de plantación. En este sentido, se ha desarrollado una metodología de diseño de restauraciones forestales en zonas áridas y semiáridas, basada en la recolección de agua (Mongil, 2004; Mongil & Martínez de Azagra, 2006), cuyos objetivos son los siguientes:
1) Establecer unos criterios para fijar el dimensionado del microembalse en repoblación forestal de zonas áridas, desarrollando metodologías, según cada uno de los criterios anteriores, que una vez integradas lleven a la determinación del tamaño adecuado del alcorque. Con ello se pretende llegar a una solución óptima, que permita la supervivencia y desarrollo de la repoblación, alterando lo mínimo posible el microrrelieve de la ladera original.
2) Elaborar una metodología para determinar la adecuada proporción entre el área de impluvio y el área de recepción. Es decir, fijar la superficie productora de escorrentía, que provea de agua a la superficie colectora en la que se construye el microembalse y se instala la planta.
3) Plantear las ecuaciones que permitan, a partir de los datos anteriores, calcular la densidad de plantación, que vendrá determinada en gran medida por la relación entre el área de impluvio y el área de recepción.
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