miércoles, 30 de septiembre de 2015

Nuevo libro

El agua es fundamental para la vida del hombre, tanto directamente (el ser humano necesita beber agua con cierta frecuencia) como indirectamente (riego de cultivos, producción de energía, procesos industriales, abastecimiento de ganado, etc.). Por este motivo siempre ha habido una preocupación por captar este recurso, almacenarlo y utilizarlo de forma adecuada.

Especialmente en zonas alejadas de los cursos de agua permanentes, pronto surgió la necesidad de recoger agua, y seguramente las primeras formas de hacerlo fueran agujeros excavados en el suelo o en la roca. Posteriormente, estas técnicas irían evolucionando, y además de captar el agua de lluvia y escorrentía, se buscaron otras fuentes como el agua atmosférica y de nieblas y rocíos, o el agua subterránea. De esos sencillos hoyos, se pasaría a captaciones más complejas, canalizaciones, presas etc. Hoy se sabe que hace más de 9.000 años ya se trabajaba en estos sistemas de transporte y almacenamiento.

El agua para el riego de cultivos también tiene una gran antigüedad. Una de las instalaciones de recolección de escorrentía más antigua y perfectamente estudiada por el botánico hebreo Michael Evenari, que se encuentra en el desierto del Neguev (Israel) se data hace unos 4.000 años. Estos sistemas poseían áreas productoras de escorrentía y zanjas, que permitían el cultivo de cereales en una región con precipitación anual media de sólo 100 mm.

Debido a su singularidad, el estudio de los sistemas hidráulicos tradicionales debe ser abordado desde metodologías y criterios propios, que pueden ser englobados dentro de dos materias hermanas de reciente aparición: la Etnohidrología y la Etnohidráulica. La primera se define como el estudio sobre el conocimiento tradicional sobre el ciclo del agua y sus componentes (precipitación, evapotranspiración, intercepción, escorrentía e infiltración) así como de las avenidas y la relación de estas con las costumbres de los pueblos. La Etnohidráulica, por su parte, es el conjunto de técnicas y sistemas de captación, conducción, almacenamiento, aprovechamiento y uso del agua dentro de las tradiciones y costumbres de los pueblos.

En este trabajo se definen y clasifican las técnicas o sistemas hidráulicos tradicionales, poner las bases científicas para su estudio y protección y, sin propósito de exhaustividad, realizar una descripción de las principales técnicas de captación y uso del agua utilizadas de forma tradicional en todo el mundo.

El conocimiento tradicional debe constituir uno de los cimientos de las sociedades modernas. En “El disputado voto del señor Cayo”, Miguel Delibes dice en boca de Víctor: “¿qué va a ocurrir aquí el día en que en todo este podrido mundo no quede un solo tío que sepa para qué sirve la flor del saúco?". Por eso es nuestra obligación conocer, apreciar y proteger los sistemas hidráulicos tradicionales, así como entregárselos a las futuras generaciones, como expresión de una cultura que nunca debe perderse, así como muestra patente del uso racional e inteligente de los recursos hídricos locales, asociados a las comunidades que fueron poblando los diferentes paisajes de nuestro planeta.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Conclusiones del II Congreso Ibérico de Restauración Fluvial (agosto 2015)

1. La restauración fluvial está ya consolidada como disciplina científico-técnica y como herramienta para la mejora ambiental y la gestión. Las actuaciones ibéricas de restauración fluvial están a la altura de las del resto de Europa.

2. A pesar de la escasez en financiación y normativa para restaurar y del deterioro e intereses económicos que priman sobre nuestros ríos, muchas personas, colectivos y administraciones muestran máximo interés por valorar, conservar y recuperar los ecosistemas fluviales.

3. Evitar el deterioro sigue siendo la forma más eficaz y barata de mantener los ríos en buen estado ecológico. Evitar intervenciones como dragados, canalizaciones, eliminaciones de vegetación de ribera, detracciones de agua, construcciones de presas, etc., es la mejor inversión que la sociedad puede hacer para preservar el rico y variado patrimonio fluvial de la Península Ibérica para las generaciones venideras.

4. El primer ciclo de planificación hidrológica no ha generado el cambio suficiente para una gestión fluvial basada en la Directiva Marco del Agua. En el nuevo proceso de planificación 2015-2021 debe fomentarse la restauración fluvial para lograr las mejoras necesarias.

5. Los logros de la DMA en la Península han sido escasos: se ha hecho diagnóstico, pero no se han abordado medidas concretas. El buen estado ecológico no se alcanza a causa de presiones en la hidromorfología y por contaminación.

6. Nuestros ríos asisten a procesos de simplificación que reducen su espacio, su disponibilidad hídrica y sedimentaria y su biodiversidad. Lograr espacio fluvial, caudales y riberas y reducir la contaminación deben seguir siendo los objetivos prioritarios de restauración.

7. La regulación es origen de muchos procesos negativos y habría que establecer el principio de 'quien regula paga'. Hay que avanzar en el análisis de alteraciones hidrológicas y en los caudales ecológicos y generadores, a nivel técnico y en su puesta en práctica.

8. La delimitación de zonas inundables y la adaptación de los usos del suelo son fundamentales para evitar ocupaciones inadecuadas y lograr desarrollos territoriales sostenibles. No pueden permitirse nuevas situaciones de riesgo hasta ahora toleradas. Hay que fomentar los deslindes, las medidas de retención natural, la recuperación funcional de las llanuras de inundación, regular actividades y fomentar seguros.

9. No hay que revertir los esfuerzos de restauración con actuaciones de urgencia que deterioran lo que la crecida había auto-restaurado.

10. El mantenimiento de cauces ha seguido invirtiendo en 'limpiezas', dragados y defensas sin evaluar sus efectos. Sin embargo, debería basarse en la conservación con acciones integradas y es indispensable formar a operarios y técnicos en los principios de la restauración fluvial.

11. Hay que seguir difundiendo los peligros de las especies invasoras y luchando para su erradicación.

12. Los proyectos de restauración se enmarcan cada vez más en las directivas del Agua, de Inundaciones y de Hábitats. Los proyectos LIFE son una buena herramienta para actuar. Es necesario encajar la restauración fluvial en las infraestructuras verdes, pero sin caer en proyectos de parques fluviales, demasiado artificializados.

13. Es necesario aplicar un enfoque para la restauración más amplio en el espacio, con perspectiva de cuenca, y en el tiempo, observando el pasado para definir objetivos futuros y conociendo la trayectoria para recuperar los procesos. Hay que buscar actuaciones auto-mantenibles.

14. La hidrogeomorfología ha ganado importancia científico-técnica, por su papel clave en la recuperación de procesos y hábitats. También se ha consolidado en la sensibilidad de la administración como elemento clave en tramificación, diagnóstico, con protocolos más sencillos, y seguimiento. Pero son escasas las acciones de restauración hidromorfológica. Los problemas de incisión son graves en muchos ríos y hay que plantear aportes de sedimentos como solución.

15. Los ríos temporales y efímeros, de gran importancia en los ambientes mediterráneos, también tienen capacidad de readaptarse a las presiones y a los cambios y cuentan con capacidad de restauración.

16. La problemática en la ictiofauna peninsular es muy importante. Las migraciones son necesarias para la conservación de todas las especies de peces ibéricos. Hay que dar prioridad a la eliminación de obstáculos y evaluar la efectividad de los dispositivos de paso. Estas actuaciones que logran la continuidad longitudinal son las acciones de restauración fluvial más numerosas. Hay que trabajar en su mantenimiento y seguimiento.

17. Ese necesario trabajar con el río y con la sociedad de forma conjunta, desde la planificación hasta el seguimiento. La participación pública debe ser una parte fundamental de cada proyecto y debe incrementarse en el diagnóstico, alternativas y ejecución de la restauración fluvial. La implicación de agentes, propietarios y voluntariado es clave para lograr todos los objetivos. Los acuerdos de custodia son una herramienta fundamental aunque aún escasamente aprovechada.

18. Conocer el valor económico y social de los servicios ambientales en un sistema fluvial restaurado puede ser de gran utilidad para priorizar los proyectos. Es recomendable un uso más extendido de los análisis coste-beneficio ya que no conocemos con precisión cuál ha sido el retorno económico o social de las inversiones realizadas. El marco de los servicios ambientales nos puede ayudar a cuantificar algunos de estos beneficios.

19. Para todo ello es necesario un mejor conocimiento de los ríos y las funciones y beneficios que reportan. Y hay que fomentar la movilización social desde la identificación de los problemas, construyendo comunidad, implicación y compromiso. Contar con proyectos demostrativos es imprescindible.

20. El proyecto LIFE+ Territorio Visón es un ejemplo innovador de las posibilidades que ofrece la restauración fluvial para la recuperación de la biodiversidad y de especies emblemáticas como el visón europeo. Las actuaciones de restauración de hábitats de visón con acciones directas (creación de humedales y refugios) e indirectas (recuperación de la dinámica y el territorio fluvial) han permitido recuperar la calidad ecológica de importantes espacios de los ríos Arga y Aragón. Los procesos de participación pública y la implicación de todas las administraciones competentes trabajando de forma conjunta, han posibilitado tanto la mejora de la funcionalidad del río como el cambio de mentalidad de los ribereños, que ahora valoran estos ríos y su fauna y flora como el tesoro ecológico que son.

jueves, 10 de septiembre de 2015

¿Para qué más montes?

Nos hacemos eco de este documento, promovido por varios forestales, para impulsar una adecuada política forestal en nuestro país.
Las adhesiones al documento pueden hacerse en este enlace.

A principios del siglo XXI la extensión y potencialidad de los montes arbolados españoles es, sin duda, la mejor de los últimos tiempos. Habría que remontarse varios siglos atrás para encontrar un escenario en el que las cubiertas forestales ocupasen más superficie que en la actualidad. Los sucesivos inventarios forestales son elocuentes. Hoy el 54% del territorio tiene carácter forestal. En las últimas décadas, la superficie boscosa ha experimentado un crecimiento medio anual de 100.000 hectáreas. En total más de 3.000.000 hectáreas desde que se dispone de series estadísticas. Se está ante un proceso acelerado que, durante las próximas décadas, sumará otras cuatro o seis millones de hectáreas que probablemente cesen en su actividad agroganadera. En un próximo futuro dos terceras partes del medio rural, más del 60% del territorio nacional, será con gran probabilidad terreno forestal.

Podremos, quizás por fin, dar veracidad a la famosa ardilla ya que, muy pronto, podrá hacer lo que nunca hizo en tiempos de Estrabón, atravesar España sin tener que bajarse de las ramas de los árboles. Pero no sabremos si esta noticia es buena o mala hasta que no sepamos, como país, qué deseamos hacer de esa vasta superficie. Porque, al tiempo que esto ocurre, anualmente los montes españoles acumulan 50 millones de toneladas de biomasa cuyo destino, hoy por hoy, si no se lo da la sociedad de manera racional y equilibrada, se lo darán los incendios forestales.

España será cada vez más forestal por lo cual, ha llegado el momento de abrir los ojos ante la necesidad de entender el medio rural, y el desarrollo rural, desde una perspectiva en donde lo forestal cobre un justo protagonismo en la planificación y el diseño de políticas y programas. Y, para ello, es necesario mirar la naturaleza española libres de prejuicios y de visiones catastrofistas. Es preciso asumir que el territorio forestal español ofrece una fuente de recursos naturales que, aunque considerada desde hace décadas marginal, permite articular estrategias viables de uso sostenible. Parafraseando a un ilustre forestal de principios del pasado siglo, hay que pensar si España puede permitirse que más del 50% de su territorio no produzca nada. Y, en fin, es de justicia reconocer la esencial contribución de las masas forestales a frenar la erosión, al mantenimiento de la biodiversidad, a la regulación climática e hídrica y a la mitigación de los efectos del cambio global. Beneficios por los que hoy nadie paga.

Nuestro territorio ha cambiado profundamente, su fisionomía y sus gentes. Y es preciso articular nuevas políticas coherentes con la nueva situación que no desconcierten y que tramen alianzas con la población. En los últimos años el ciudadano del medio rural se ha visto desconcertado ante una superposición de visiones sectoriales, emanadas desde la ciudad, sobre montes, pastos, conservación de la biodiversidad, caza, espacios protegidos, y desarrollo rural,… Y no son las únicas. Todo ello ha disgregado en parcelas disyuntas lo que en realidad es un todo. El ciudadano rural muchas veces no sólo no se ha sentido impulsado por estas políticas, por el contrario las ha sentido como un obstáculo.

También en estas últimas décadas el modelo de conservación de la naturaleza ha cambiado. Entendemos y asumimos ya que en hábitats humanizados como son los nuestros, la coexistencia entre usos, aprovechamientos y biodiversidad no sólo es posible sino que, además, es necesaria. Gran parte de nuestros valores naturales solo se conservarán en coherencia con el mantenimiento de la actividad y el uso. Hemos superado la visión aislacionista y la segregación espacial. Definitivamente hemos aprendido que la gestión del territorio debe responder a una equilibrada articulación conjunta de los binomios uso y conservación, naturaleza y paisaje.

Coherente con todo ello parecería razonable que los hacedores de políticas públicas hubieran orientado progresivamente tanto el marco legislativo, como la organización administrativa y los escenarios de gestión y de intervención presupuestaria hacia la consolidación de estas tendencias. Sin embargo, en estas últimas décadas se ha vivido un continuo ir y venir de planteamientos y actitudes que se alejan de todo ello. Vaivenes legislativos; pérdida de capacidad armonizadora e integradora por parte de las autoridades nacionales que apenas son posición institucional de referencia; administraciones autonómicas demasiadas veces más volcadas en la defensa de sus competencias que en aplicar políticas eficaces; incapacidad general para integrar las políticas de uso y aprovechamiento dentro de un escenario de rentabilidad sectorial con dimensión, escala y alcance; miedo a acoplar funcionalmente uso y conservación. Pervivencia de viejos clichés ligados a periclitados modelos de estructuras agrarias de los años setenta, de conservacionismo excluyente de los años ochenta o el anquilosamiento, ya en los noventa, de una política forestal que prioriza, si no acapara, todos los recursos para apagar incendios. Todo ello, para confluir en el actual difuminado administrativo en donde, por primera vez en cerca de un siglo, no existe en la Administración del Estado un órgano administrativo específico de cierta entidad que atienda a la singularidad y problemática de nuestros montes. Es difícil entender que la conservación del águila imperial esté integrada con la gestión de los residuos y no con el departamento que vela por la gestión del territorio en el que vive. Y sumado a ello, total distanciamiento entre la realidad territorial y la visión que, poco a poco, se ha entronizado en el común de la ciudadanía. El bosque en España es una realidad pujante, valiosa y capaz de contribuir, muy activamente, a consolidar el futuro del medio rural y a armonizar la calidad ambiental de nuestro país. Es economía, y es economía verde, porque, no nos engañemos, su única amenaza real es el abandono y el olvido.

Ante la nueva legislatura que se aproxima, en un contexto favorable de superación de la crisis económica, a la búsqueda de un nuevo escenario de estabilidad, económica y social para el mundo rural, parece razonable hacer una llamada a los poderes públicos y a la sociedad de la necesidad de recuperar una política del medio natural integrada e integradora. Una política que sea elemento troncal tanto para la estabilización y el desarrollo del medio rural, como para la puesta en valor de sus recursos. Una política basada en un marco legal racional, estable y consensuado en convivencia con otros usos y actividades sectoriales afines como la ganadería, el turismo, o el mero disfrute de los valores naturales. Una política integradora de la realidad territorial como un escenario común, que supere las inútiles, estériles y anquilosadas visiones sectoriales parciales. Una política provista de instrumentos, organizaciones, dotaciones de medios, personal y estructuras propias. Una política territorial para todos, en particular para los locales y los propietarios forestales, porque sin ellos ni habrá progreso ni se podrán poner en valor recursos que ahora, simplemente, están abandonados. Una política en la que las ideas simplistas y preconcebidas dejen paso al rigor técnico de los que saben que conservación y desarrollo no son excluyentes, sino complementarios.

Una política, en esencia, que dé respuestas. Que deje de ver el medio ambiente, el territorio, y el medio natural como un problema, como un conflicto, como un inconveniente. Que tenga sentido de país, que tenga visión, que aspire a construir futuro. Una fiscalidad justa para los propietarios y empresarios forestales. Una imbricación entre la gestión, producción y aprovechamiento de los recursos forestales y la industria de transformación y comercialización, porque sin ella la cadena monte-industria-mercado de materias primas no funciona. Unas condiciones laborales justas para los que trabajan en el monte, con independencia de la temporalidad de eventos o producciones. Un sistema de contratación pública que se adecúe a las peculiaridades de la producción forestal. Unas administraciones fuertes, dimensionadas de acuerdo con el peso que nuestros montes y su potencial economía merecen. Un pacto político de estabilidad para más del 50% de la superficie nacional que se adecúe a los seculares ritmos de sus pobladores: encinas, pinos, robles, hayas… en el que vayan de la mano las políticas agrícolas, ganaderas y forestales, y junto a todas ellas, la conservación de nuestro patrimonio natural.

Y todo esto, por sensato y razonable que pueda parecer, es necesario pensarlo, asumirlo y ponerlo en marcha porque, sencillamente, la evidencia de las últimas décadas demuestra, de forma elocuente, que más allá de los intentos, de las voluntades o de los programas, lo que estamos haciendo es, precisamente, todo lo contrario.


Madrid, 31 de julio de 2015 

Inés Gonzalez Doncel
Jesús Casas Grande
Gregorio Montero González
Salustiano Iglesias Sauce
Roberto Vallejo Bombín 

viernes, 4 de septiembre de 2015

El aguacero de Muñogalindo superó los 500 años de recurrencia

Como ya informamos en un post anterior, el pueblo de Muñogalindo, junto con Santa María del Arroyo y Padiernos (Ávila), sufrió una grave inundación en la que, no obstante, no se produjeron víctimas humanas, a Dios gracias. Pues bien, realizados los cálculos pertinentes, de los que no voy a dar detalles por este medio, y teniendo en cuenta las limitaciones de la estadística y de los datos meteorológicos disponibles, la precipitación de 78 mm en dos horas caída en el pueblo y la de 115 mm en dos horas que se registró en la dehesa localizada en la cabecera de la cuenca del arroyo de Garoza, superan los 500 años de periodo de retorno o recurrencia. Básicamente, eso quiere decir que se trata de aguaceros muy poco frecuentes y, por lo tanto, muy peligrosos. Y, atención, esto no significa que vayan a pasar 500 años para que se vuelvan a producir estos aguaceros, así que ahora es cuando hay que tomar las medidas oportunas para evitar daños futuros: repoblación forestal en toda la cuenca, revegetación de riberas y márgenes, dotar el arroyo de un espacio de libertad fluvial, ordenación del territorio, adecuación del encauzamiento existente, adecuación de los numerosos puentes, etc. Para todo ello ofrecemos nuestra colaboración.

Os dejo unos vídeos que aún no había compartido aquí (RTVCYL y RTVE):





Finalmente, por alusiones y para poner al mal tiempo buena cara, os dejo este comentario de Carlos Muñoz en su blog los4palos.com: Cisnes negros en el Valle Amblés.

Por cierto, aquellos municipios que precisen la redacción de estudios del riesgo de inundación no duden en contactar con nosotros: ghidrologia@yahoo.es

Soil erosion in Europe: a new assessment

Puedes ver el artículo completo haciendo click aquí.