La elección de la densidad, es decir, del número de pies por unidad de superficie, es una de las primeras decisiones que el técnico debe adoptar a la hora de proyectar una repoblación forestal protectora, junto con el marco de plantación. Éste es uno de los principales temas de debate en la actualidad, debido a que no existe un criterio técnico operativo para fijar este dato fundamental en toda repoblación. Por esta razón, normalmente se acude a la experiencia (repoblaciones pretéritas realizadas por otros técnicos) o a cifras de referencia que pueden encontrarse en la bibliografía.
En las repoblaciones forestales de zonas áridas y semiáridas, la densidad de plantación toma mayor importancia, si cabe, puesto que hay un factor limitante que es el agua, recurso fundamental y escaso de las masas forestales, por el que deben competir las plantas introducidas en la repoblación. De ahí la trascendencia de encontrar un método sencillo, que dé soluciones justificadas y que sirva de guía al técnico en el momento de tomar sus decisiones.
El criterio general básico empleado hasta la fecha consiste en elegir una densidad tal que en un plazo breve de 5, 10 ó 15 años, la vegetación introducida junto con la inducida proteja al suelo suficientemente frente a la erosión. Sin embargo, cuando la plantación es densa se disminuye considerablemente el espacio edáfico y aéreo disponible para cada planta, por lo que se frena su desarrollo más rápidamente. Por eso deben armonizarse dos aspectos: la formación de una cubierta completa de copas y el espacio necesario para el crecimiento.
El criterio selvícola clásico para fijar la densidad mínima consiste en elegir aquella densidad de plantación que permita, sin marras, llegar a un fustal maduro en espesura normal. Se trata entonces de fijar el número de árboles que son necesarios para ocupar de manera rápida el espacio destinado a su desarrollo. Desde este punto de vista meramente selvícola, lo ideal es una repoblación densa en la que se vayan haciendo sucesivos clareos para que siempre queden satisfechos los requerimientos de espacio, agua y nutrientes, según éstos aumentan al hacerlo el tamaño de la población de árboles. Siguiendo a García Salmerón (1991), otras dos ideas a tener en cuenta al respecto son:
- Las repoblaciones protectoras deben ser más densas que las productoras, ya que deben proteger el suelo frente a la erosión.
- Las especies de temperamento de sombra necesitan una mayor densidad que las especies de luz.
Otros autores recomiendan que la densidad se elija en función de una serie de factores selvícolas y económicos:
a) Selvícolas
- Temperamento de la especie
- Posibilidad de la especie de brotar de cepa o de raíz
- Porte de la especie
b) Económicos
- Objetivo de la repoblación
- Existencia de mercado de maderas finas
- Coste de las operaciones de repoblación
- Previsión de que se efectuarán claras o clareos. La cuestión de si se aclarará la masa es crucial a la hora de elegir la densidad inicial.
Sin embargo, en repoblaciones en las que la función protectora sea la fundamental, deberán considerarse exclusivamente los factores ecológicos, dejando a un lado los aspectos económicos. Por este motivo, la selvicultura clásica afirma que la densidad en repoblaciones protectoras debe ser más alta, debido a que se debe conseguir la protección del suelo en el menor tiempo posible, aunque hace la salvedad de repoblaciones en las que se pretenda avanzar en la sucesión vegetal e incrementar la biodiversidad, en las que la densidad suele ser baja para favorecer la colonización espontánea de otras especies.
Froilán Sevilla da una relación de posibles razones para elegir entre una densidad elevada o baja. Por ejemplo, en estaciones secas –lógicamente por la falta de agua- se aconsejan densidades bajas; si se desea un rápido establecimiento de los sistemas radicales para el control de la erosión, la densidad debe ser alta; y la densidad también tendrá que ser baja si se realizan preparaciones puntuales en vez de areales.
Desde un punto de vista diferente al meramente ecológico, existe en la actualidad una tendencia a reducir la densidad de plantación, por varios motivos:
- La planta producida actualmente en viveros es de mejor calidad, y por lo tanto con mayor garantía de supervivencia (planta más cuidada, endurecida, con cepellón, micorrizada).
- Las preparaciones del terreno son ahora también de mayor calidad, debido a la potencia de la maquinaria utilizada.
- Los clareos no son económicamente rentables.
- Las altas densidades inducen un mayor peligro de incendios, debido a que las masas densas sin aclarar se convierten en grandes acumulaciones de combustible con continuidad horizontal y vertical.
- La consecución de espesura completa es imposible en climas áridos y semiáridos, por razón de la escasez de agua. En general, a mayor calidad de estación mayor cantidad de recursos y, por lo tanto, mayor número de árboles por unidad de superficie pueden establecerse. Si se concreta esta idea para el recurso agua, en un lugar seco el espaciamiento debe ser mayor para lograr un reparto satisfactorio de este recurso escaso.
Deteniéndose en cifras concretas, y haciendo un repaso histórico y geográfico de las mismas, García Salmerón (1991) explica que en Centroeuropa ha existido una clara preferencia por las altas densidades (superiores a 6.000 pies/ha), con una tendencia actual a reducirlas hasta los 2.500 ó 3.000 pies/ha. Algo diferente era la situación en Estados Unidos, donde se postulaban inicialmente espesuras ligeramente superiores a las europeas (del orden de 7.000 pies/ha), llegando en la actualidad a unos 1.800 pies/ha en zonas secas y unos 2.900 pies/ha en las zonas más húmedas.
Frente a estos criterios tradicionales aparece el criterio mediterráneo, que se debate entre la pequeña densidad que recomienda la escasez de humedad y la solución contraria, aconsejada por la tendencia a la ramificación y tortuosidad de fustes de la vegetación xerófila como respuesta a la sequedad. La tendencia actual, considerando la degradación de los suelos forestales, pobres en nutrientes, y sobre todo apoyándose en la escasez de precipitaciones, es pensar que nuestros montes no pueden soportar espaciamientos pequeños.
El Patrimonio Forestal del Estado, antiguo órgano encargado de las repoblaciones forestales en España, proyectaba 3.000 hoyos/ha en terrenos húmedos y 2.500 hoyos/ha en zonas secas. Posteriormente, el ICONA redujo esas densidades a 1.500 y 1.100 pies/ha, respectivamente, para ambientes húmedos y secos. Una buena referencia a los espaciamientos utilizados en la actualidad en nuestro país puede encontrarse en el programa de forestación de Castilla y León.
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