Hacemos reseña del resumen del artículo publicado en la revista Quercus, por por Yasmina Sanjuán, José M. García-Ruiz, Santiago Beguería, Juan I. López-Moreno y José Arnáez.
Es en las montañas donde se genera la mayor parte del caudal de los ríos mediterráneos, cuyas aguas satisfacen después la demanda agrícola, urbana e industrial en las tierras bajas. Como se sabe, la evolución de los caudales está controlada por dos grupos de factores variables en el tiempo: el clima y la cubierta vegetal. De ahí que los cambios en la temperatura, las precipitaciones y la composición y densidad de la vegetación, se reflejen en aumentos o disminuciones del caudal, perturbaciones en su distribución estacional (régimen fluvial), en la magnitud y frecuencia de las avenidas y en la carga de sedimentos que transportan. Por ejemplo, diversos estudios en el ámbito mediterráneo (1) y en el Pirineo central (2) han demostrado que el caudal sigue una tendencia decreciente desde mediados de los años sesenta del siglo XX, en relación, sobre todo, con el abandono de tierras de cultivo y la consiguiente recolonización vegetal (3), que incrementa el consumo de agua por parte de la vegetación y favorece la interceptación del agua de lluvia. Se estima que esta interceptación, es decir, la cantidad de lluvia que no llega al suelo al quedar atrapada en las hojas y ramas de árboles y arbustos, representa en torno al 20% de la precipitación anual.
Los trabajos que lleva a cabo el Departamento de Procesos Geoambientales y Cambio Global del Instituto Pirenaico de Ecología (CSIC) en cuencas experimentales confirman que los ambientes forestales introducen cambios hidrológicos de gran envergadura, como avenidas más moderadas y menos frecuentes y una menor producción de agua en relación con la que entra en forma de lluvia. También se ha comprobado que los antiguos campos de cultivo tienden a aproximarse en su comportamiento hidrológico a los ambientes forestales a medida que van siendo colonizados por formaciones densas de matorral y manchas de bosque. En consecuencia, las zonas erosionadas son cada vez más reducidas en extensión y están más desconectadas de la red fluvial, lo que reduce el aporte de sedimentos de los ríos hacia los embalses. No obstante, otros importantes cambios son también previsibles en el piso subalpino ante futuros escenarios de cambio climático y uso del territorio."
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