En el caso del área forestal de la Sierra de Sevilla, la hidrofobicidad se redujo progresivamente hasta recuperar las condiciones iniciales 4 años después del incendio. Durante este tiempo, los horizontes inferiores del suelo permanecieron prácticamente secos a pesar de las abundantes lluvias. Este hecho ha dificultado enormemente la recuperación natural de la vegetación, que cuatro años después del fuego no se ha recuperado en absoluto.
La hidrofobicidad del suelo limita la infiltración del agua. De este modo, cuando llegan las primeras lluvias del otoño, la formación de escorrentía y el riesgo de erosión aumentan significativamente. Además, en estos casos, el agua sólo puede penetrar en el suelo a través de grietas o macroporos en la superficie del suelo, produciendo vías de flujo preferencial.
“Los resultados del trabajo nos han permitido comprender mejor la dinámica de los procesos de infiltración en suelos quemados, así como a confirmar la importancia de incluir estos estudios en los planes de restauración forestal”, destaca el profesor de la Facultad de Química de la Universidad de Sevilla Antonio Jordán.
Cuando el agua se infiltra a través de estos puntos, una parte importante del suelo permanece seco a pesar de la lluvia, lo que limita el suministro de nutrientes a las raíces, dificulta la regeneración natural y causa otros impactos sobre la flora y los procesos hidrológicos en la zona quemada.
“La evolución en el tiempo de este fenómeno ha sido poco estudiada en suelos afectados por incendios, de modo que la investigación es necesaria para facilitar la toma de decisiones por parte de los responsables de los planes de restauración”, hace hincapié la investigadora Nancy Alanís, de la Universidad de Michoacana.
“Hemos comprobado, en primer lugar, que el impacto del fuego no es homogéneo ni en el tiempo ni en el espacio. La intensidad de la combustión es muy variable espacialmente, por lo que la combustión de la vegetación y la materia orgánica del suelo, la cantidad y las características de las cenizas y sus consecuencias sobre el suelo y los procesos hidrológicos pueden variar incluso a escala de centímetros. En el caso de la ceniza, por ejemplo, una combustión intensa produce la aparición de ceniza blanca, hidrofílica (no dificulta la infiltración del agua) y formada principalmente por compuestos minerales, lo que constituye un aporte de nutrientes al suelo en un momento en que las plantas los necesitan especialmente. Si la combustión es menos intensa, se forma ceniza oscura, rica en compuestos orgánicos y de carácter hidrofóbico. La distribución espacial de un tipo y otro de ceniza genera respuestas y patrones complejos en el suelo”, añade esta investigadora.
Por otro lado, los resultados del estudio señalan que la intensidad de los cambios y sus consecuencias en el medio ambiente dependen de las propiedades del fuego, del suelo, la vegetación, la temperatura y la humedad en el momento del incendio. De este modo, una adecuada gestión de la zona quemada debe conocer por un lado cuál es la intensidad de los impactos para decidir si es necesario llevar a cabo trabajos de restauración o solo de vigilancia, y por otro, la variabilidad espacial de los impactos ya que si los efectos del fuego en un área no son homogéneos es posible que se requieran medidas de gestión y restauración complejas.
Fuente: iagua
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