jueves, 10 de abril de 2008

La densidad en la restauración forestal de zonas secas (II). Ventaja de las densidades bajas

En la bibliografía puede encontrarse, como defensor firme y clásico de las densidades bajas en zonas áridas y semiáridas, a Messines, que cree que, considerando los datos de evapotranspiración de estas zonas, sería absurdo intentar crear un dosel forestal completo. Por ejemplo, para la región norteafricana de Tripolitania, este autor recomienda plantar los árboles muy espaciados, como se hizo en la Reserva Forestal de Gasr-el-Hag con Acacia tortilis. En las plantaciones de Acacia cyanophylla la densidad empleada fue como máximo 800-900 plantas/ha en esta región árida, mientras que en Túnez, que es una zona algo más húmeda, se empleó el doble o triple número de plantas (2.000 a 2.500 pies/ha). Otro ejemplo es el de las repoblaciones con eucaliptos en suelos arenosos estables, donde se plantaron solamente unos 150 pies/ha, con espaciamiento de 8 x 8 m.
Una crítica frecuente a altas densidades se centra en que con un elevado número de plantas por hectárea se crean bosques monótonos y, en muchas ocasiones, monoespecíficos, con una escasa biodiversidad. Quienes así argumentan contemplan a los oquedales o dehesas como las formaciones óptimas a imitar en una restauración bajo clima mediterráneo.
Ruiz de la Torre destaca el papel de las cubiertas claras en la regulación de las aguas. En primer lugar, los denominados “parques”, estructuras con árboles o arbustos espaciados sobre fondo de matorral, pastizal o mezcla de ambos, están representados en España principalmente por los montes adehesados, los sabinares y los enebrales. A efectos de regulación hidrológica, su influencia es baja y la cuantía de la erosión depende de la tasa de cubierta del estrato bajo, mientras que el gasto consuntivo de agua es, en general, reducido, mayor en dehesas con pastizal denso.
Por otro lado se encuentran los matorrales, que suponen la formación infraarbórea más extendida en España. Entre ellos, la mancha cerrada es un matorral arbustivo muy denso, con erosión despreciable, elevada regulación de agua y escaso consumo. La garriga, matorral alto, generalmente de espesura incompleta, da erosión muy reducida, regulación importante y bajo gasto de agua. Los restantes tipos de matorrales son mayoritariamente de cubierta media a baja (entre el 35 % y el 65 %), con erosión apreciable que varía según el tipo de aprovechamiento (muy elevada en el caso de sobrepastoreo de caprino), regulación muy baja y escaso consumo de agua, siendo éste mayor en brezales, escobonales y agrupaciones afines.
Por su parte, los herbazales densos, como los prados de diente y siega y otros pastizales higrófilos, protegen de la erosión pero no producen regulación apreciable y tienen elevado gasto consuntivo de agua. Los pastizales xerófilos y estacionales, de cubierta incompleta y de duración parcial en el tiempo, proporcionan limitada protección frente a la erosión y la regulación es baja, igual que el gasto consuntivo de agua por evapotranspiración.
Finalmente, las cubiertas rastreras y claras de zonas semiáridas, como tomillares y jaguarcillares (con Helianthemum, Fumana, etc.) degradados no producen defensa apreciable frente a la erosión, la regulación es baja y muy reducido el gasto de agua.
Con esta breve descripción de las formaciones vegetales no arbóreas más frecuentes en España se pretende resaltar que no sólo mediante el establecimiento de un bosque denso se consigue la restauración de una ladera degradada y erosionada en una zona árida o semiárida, sino que en algunas ocasiones puede ser muy efectiva la combinación de varios tipos de formaciones, en especial si se desea favorecer el paisaje y la caza.
Es muy interesante también conocer que, con frecuencia, las repoblaciones forestales en zonas áridas, planteadas según esquemas tradicionales, no han demostrado ser eficaces en cuanto a la recuperación del ecosistema original. Algunos investigadores, en base a experiencias recientes, aseguran que formaciones vegetales de la sucesión vegetal (pastizal seco o matorral) pueden reducir la escorrentía superficial y la erosión al igual que las formaciones resultantes de repoblaciones con pino carrasco (pino con matorral o pino con pastizal seco). Otros proponen la plantación dispersa de árboles o la repoblación en rodales para ampliar el efecto borde (por lo tanto se crean ecotonos, es decir, zonas de transición entre bosques y otro tipo de formaciones) y, en consecuencia, se aumenta la biodiversidad y la generación de suelo. Según estos autores, atendiendo al punto de vista ecológico, interesan densidades de repoblación bajas (no crear bosques sino dehesas o montes huecos). De hecho, en muchos lugares del sureste español, la aridez y la litología impiden una espesura arbórea completa.
En un estudio llevado a cabo en Las Bardenas Reales (Navarra), se ha comprobado que las repoblaciones tradicionales con pino carrasco no contribuyen a la formación de suelo y han supuesto una disminución de la biodiversidad. Sin embargo, en la misma área, en bosquetes adehesados de pino carrasco situados en los límites de las repoblaciones, así como en las áreas naturales degradadas de matorral mediterráneo con vegetación arbórea dispersa, se producen las siguientes circunstancias:
- Un aumento de la humedad relativa debido al efecto de sombra de la vegetación arbórea, con disminución de la insolación y de la evaporación respecto al biotopo abierto.
- Un depósito de materiales minerales transportados por el viento y, aunque los autores citados no lo mencionan, también por el agua.
- Una disminución relativa del aporte de materia orgánica en forma de acículas y un aumento de su heterogeneidad (al incrementarse la diversidad de especies vegetales) en comparación con las áreas repobladas.
En opinión de González Alonso y sus colaboradores, si se llegase a demostrar que en las transiciones entre las repoblaciones de pino y el matorral mediterráneo se produce un incremento de la biodiversidad, podrían plantearse las repoblaciones en zonas áridas mediterráneas, sobre todo para aquéllas en las que se ha abandonado el uso agrícola, con unos criterios más ecológicos. De esta manera, mediante la repoblación no necesariamente arbórea, se constituiría una base para el estudio de un sistema de recuperación de las zonas áridas basado en una plantación dispersa de árboles o rodales, que amplíe el efecto ecotonal y, en consecuencia, aumente la biodiversidad y la generación de suelo.
Froilán Sevilla opina que las densidades muy bajas también tienen algunos inconvenientes, por ejemplo que el efecto visual de artificialidad de las plantaciones alineadas es muy duradero. Por eso recomienda, en el caso de que la densidad sea menor de 250 pies/ha, distribuir las plantas de forma más o menos homogénea en toda la superficie, o bien concentrarlas en determinadas zonas como, por ejemplo, en las vaguadas.
Como principal conclusión de lo expuesto hasta ahora, puede decirse que la cantidad de agua disponible para cada árbol en una repoblación es inversamente proporcional a la densidad de plantación. Por lo tanto, para que los brinzales no entren en competencia por el agua edáfica, deben diseñarse las plantaciones con amplios espaciamientos.




Repoblación mediante ahoyado mecanizado en Cabezón de Pisuerga (Valladolid) (Foto: J. Mongil)

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