miércoles, 17 de junio de 2009

Los trasvases de los Incas

Los trasvases imposibles que copiaron los Incas
Hasta el más acérrimo pacifista se habrá preguntado alguna vez si, en una situación extrema, estaría dispuesto a empuñar un arma en defensa propia o para proteger a su familia.
La Razón Digital
01/06/2009
Pero ¿quién echaría mano de un fusil para preservar la necrópolis de un gobernante antecesor de los incas atrapado por las garras del desierto peruano desde hace 1.700 años? Walter Alva (Cajamarca, 1951) tuvo que hacerlo noche tras noche en Huaca Rajada (en la región peruana de Lambeyeque) para mantener a raya a los cuáqueros, los osados saqueadores de tumbas. El esfuerzo mereció la pena: los incipientes restos escondían el último refugio del Señor de Sipán, el primer mausoleo hallado intacto de un soberano preincaico, un descubrimiento rescatado ahora en un documental del cineasta español José Manuel Novoa.
90 MILLONES DE LADRILLOS
El hallazgo marcó un hito en la arqueología del siglo XX, como en su día los descubrimientos de la tumba de Tutankamón o de los Guerreros de Xian. No en balde, la pirámide funeraria construida, con casi 90 millones de ladrillos de adobe, era la punta del iceberg de la cultura mochica, que se enseñoreó de una franja del norte de Perú desde comienzos de nuestra era hasta el siglo VII, cuando se esfumó como por ensalmo. Los moches eran capaces de soldar metales y ya doraban el cobre 1.700 años antes que en la vieja Europa. Consumados alfareros -su destreza con la cerámica les ha valido el nombre de «los griegos de América»-, demostraron también una singular pericia con las obras hidráulicas: kilómetros y kilómetros de canales (algunos todavía se utilizan) les permitieron desviar el agua de los ríos andinos para regar grandes extensiones de desierto, el doble de las que actualmente se cultivan. «Gracias a los canales -asegura Alva- pudieron sembrar en el desierto en una de las zonas más áridas del planeta». Los incas, que recogieron el testigo 600 años después de que la cultura moche se desvaneciese, tomaron buena nota: sus obras hidráulicas seguirían el patrón de sus antecesores mochicas.
Ahora, los trabajos arqueológicos que siguieron al hallazgo, en 1987, de la tumba del Señor de Sipán, han permitido poner en marcha proyectos que beneficien a los campesinos. «Ha sido difícil, pero con ayuda italiana hemos logrado impulsar obras para hacer llegar el agua a algunos poblados», cuenta el arqueólogo. Ironías del destino. El descubrimiento del soberano de un pueblo capaz de regar el desierto en los albores de nuestra era propicia, casi 18 siglos después, que sus descendientes tengan acceso al agua potable. Algunos de los saqueadores de tumbas contra los que se defendía Alva hace 20 años forman ahora parte de su equipo arqueológico y su trabajo ha contribuido a recuperar 600 piezas de oro, plata y piedras preciosas de la necrópolis. Algunas se exhiben en el Museo de Tumbas Reales de Sipán. No es extraño que Alva esté tan orgulloso de su descubrimiento como del cambio de mentalidad de sus compatriotas.
RADIOGRAFÍA DEL SOBERANO
MOCHICA
¿Cómo era el soberano al que sus súbditos ni siquiera podían mirar a los ojos? Se cree que el Señor de Sipán falleció entre los 45 y 50 años, edad avanzada para la época, cuando la esperanza de vida apenas superaba la treintena. No hay rasgos de una muerte violenta, por lo que quizá sucumbió a una de las frecuentes epidemias que diezmaban a la población. Fue enterrado con la cabeza orientada al sur, orlada con una gran diadema de oro. Medía 1,67 centímetros, una altura considerable en comparación con la de sus congéneres, no era muy corpulento y su discreta masa muscular desvela que no estaba habituado al trabajo físico. Llevó, pues, una vida muelle propia de su ilustre condición. La dentadura, bien conservada, denota que solía ingerir alimentos bien cocinados.
Autor: R. Coarasa / J. Brandoli
(Este artículo lo hemos tomado del blog "Un Universo invisible bajo nuestros pies" http://weblogs.madrimasd.org/universo )

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